domingo, 18 de octubre de 2009

INQUISICIONES: VERÁSTEGUI EN SOL NEGRO POR ABELARDO OQUENDO (LA REPÚBLICA, 18-10-09)

Los pasajes deslumbrantes de los inicios de su obra poética hicieron de Enrique Verástegui una figura central de la poesía peruana joven de los años 70, en un momento pródigo en actitudes y propuestas de aire desafiante y activas agrupaciones juveniles. En tanto que ese hervor amainaba, los horizontes de Verástegui se expandían más allá de la literatura, merodeaban la filosofía y las ciencias, exploraban las matemáticas, ensayaban una apertura al misticismo. El saber representaba para él cada vez más una continuidad integradora resumida en la ética y asumida por la estética. Esto, desde luego, modificó su quehacer poético y ha repercutido en su recepción.

Es desde la visión del mundo resultante que viene brotando, desde hace años, la poesía de Enrique Verástegui. Teoría de los cambios, su más reciente libro de poemas (Sol Negro Editores y Cascahuesos Editores, Lima, 2009) exprime con claridad, con sencillez inclusive, esa visión del poeta y hasta despierta en el lector algún recuerdo del viejo –es decir, del joven– Verástegui, tan ligado a su cuerpo. Un cuerpo que continúa nutriendo la obra del poeta, pues es con él que piensa y secreta sus versos, al par que con el alma. “Mi rosa es la razón / Expresada matemáticamente en la rotación de los cielos / Abiertos para mis ojos, mis manos, mi cerebro”, dice.

ENRIQUE VERÁSTEGUI Y POCHO RÍOS EN EL MISTERIO DE LA POESÍA DE ADOLFO POLACK (REVISTA CARETAS, 07/10/09)


¡Qué rico es mi país!, era el estentóreo grito de Pocho, José Antonio Ríos, que remataba sus sabrosas anécdotas, generalmente acompañadas de bebidas interesantes. Pocho, abogado iqueño, malhablado con gracia, uno de mis ya desgraciadamente numerosos amigos muertos, es el protagonista del poema que sigue, parte del último libro de Enrique Verástegui (Lima, 1950), publicado en julio de este año con el título “Teoría de los cambios”.

Verástegui, quien además es narrador, dramaturgo, matemático y lógico, obtuvo en 1976 nada menos que una beca Guggenheim, con la que pudo viajar a Barcelona, Menorca y París para realizar un proyecto vinculado con la Sociología de la Literatura. El libro es de grata lectura, y transmite las preocupaciones del autor en un tono propicio para llegar más al público.

viernes, 9 de octubre de 2009

LA EPIGNOSIS DE ENRIQUE VERÁSTEGUI POR JOSÉ PANCORVO

José Pancorvo, Paul Guillén y Enrique Verástegui en el Yacana bar

Aparecido en el prestigioso sello de poesía Sol negro -en asociación con Cascahuesos, brillante nueva editorial arequipeña de poesía-, el nuevo libro de Verástegui, Teoría de los Cambios, es una vital contemplación de la totalidad. Comenzaremos recordando el pueblo, valle, río y torre llamados Berastegui o Verastegui, en la circunscripción guipuzcoana de Tolosa. El escudo de la villa está partido en dos mitades, una con San Lorenzo portando el libro y la parrilla, la otra con una torre a la que por una escalera un caballero sube llevando su lanza. Lema: Nobleza con Libertad.

Aquí la heráldica viene a propósito porque, lejos de ser la caricatura frívola que a veces aparenta ser, es una ciencia exacta cualitativa, es decir, una ilustración, una fotografía diríamos, de los arquetipos. Familiares, locales, regionales, nacionales -por eso algunos piensan que el Escudo nacional debe ser, será y es el sol radiante-. Y alrededor de los arquetipos suceden los cambios. Este escudo y lema -lo mismo hice con los blasones de Oquendo de Amat en la revista sanmarquina Dedo Crítico- prefiguran al poeta que, como el santo de la parrilla y el libro, arde y paga por servir a su muy elevado ideal. Y al poeta sabio que, como el caballero grada a grada, a través de varias ciencias, mismo Dante, asciende a la Sabiduría, la cual se representa alegóricamente como una dama enorme a la cual hay que subir por una escalera: así está representada en un bajorrelieve de Notre Dame de París, así como en vitrales y esculturas de Chartres y Laon. Para obsequiarle la rosa de un corpus poeticum.

Por que en este libro, lleno de vitalidades, se recorren la filosofía y las ciencias políticas, matemáticas y sociales. Aunque en el Perú hay gigantes de la denominada poesía pura, a la que se dedicaban con exclusividad, como Eguren y Westphalen, no son menores los que, además, nos muestran una poesía de fuertes saturaciones y connotaciones ideológicas, como Vallejo y Martín Adán; del círculo de González Prada y después comunista el primero; el segundo del entorno de Riva Agüero, y siempre católico reaccionario. En Verástegui hay una ascención de ideas poéticas con una nota muy fuerte de conocimiento. De lo relativo cambiante, de lo absoluto, y de sus interrelaciones.

En su búsqueda de universalidad -y, como se sabe, katholikos en griego significa universal-, destaca su mención de la gnosis. La gnosis que demuestra que lo infinito/ está en lo finito/ donde está, realmente, el universo. La palabra gnosis, a fuerza de ser abusada, tiene dejos de temas heteróclitos u oscuros, pero es la palabra más normal y consagrada del mundo: figura decenas de veces, y siempre como algo bueno, en el texto original del Nuevo Testamento, y centenas de veces en forma de derivados: prognosis, kardiognostes -conocedor de los corazones-, diagnosis, epignosis -conocimiento cabal-, y muchos otros.

En el escudo familiar Verástegui, confluyen hacia el centro, en forma de aspa, cuatro caminos dorados sobre campo verde. Prefigura también la síntesis que persigue Verástegui de los diversos conocimientos por sus vetas más bellas y vivaces y sobre los follajes más frescos y espontáneos. Síntesis expresada como en una rosa de oro: Extiendo la punta de mis dedos para tocar una rosa,/ con la mirada concentrada en el centro místico. Con ello Enrique Verástegui se convierte en un Midas de la poesía. Transforma en oro de alto poema hasta a un alka-seltzer: Mi alka-seltzer es la razón, que embellece al mundo.
Razón: ratio en latín, logos en griego -pues "logos" no sólo expresa ser la palabra sino el contenido-. El alka-seltzer se convierte en un símbolo de la gnosis legítima; se convierte en una aparición, como el sabor del bizcocho de Marcel Proust. Y el universo también se aparece como un alka-seltzer que burbujea dentro de la epignosis poética de Verástegui. Como un reloj de Dalí, pero esta vez efervescente, vívido y eficaz. (Dicha de comprenderlo todo./ El Ángel Enrique denuestra que el 1/ no existe y que teoría de mundos múltiples/ son flores: el Espíritu es todo el poder del universo.) Un reloj sin manecillas que marca la hora cero gloriosa y burbujeante.

PRINCIPIO DE CONTRADICCIÓN EN “TEORÍA DE LOS CAMBIOS” DE ENRIQUE VERÁSTEGUI POR RODOLFO YBARRA

José Pancorvo, Paul Guillén y Enrique Verástegui en el Yacana bar

Para no repetirme,
y sentado como yoga,
aparto el macetero de helechos a un costado.
Platón, Aristóteles se equivocaron.
Mitos bíblicos, Babel, Babilonia,
se opusieron al universo.
Primavera austral me envuelve.
Sobre mi cabeza flota la luna.
Abajo el reflejo de la luna
permanece inalterable sobre el fluir del río.
El mundo que cambia es pasado:
teoría de los cambios florece cuando sueñas.

E.V.

Intro

Antes que nada, quisiera decir que conozco a Enrique Verástegui desde hace muchos años; primero lo leí a fines de la década del setenta, en el colegio, gracias a un profesor que había distribuido en esténciles algunos poemas de “Los Extramuros del Mundo”; luego, en la década de los noventas, después de leer varios libros de él, pude ir a visitarlo (atendiendo a una invitación bastante particular) en su casa-biblioteca de Cañete (casa que, por cierto, ya no existe; luego del sismo de Pisco se tuvo que demoler. Tengo una grabación en vídeo del lugar donde quedaba la casa, espero poder tener tiempo para colgarlo). Después de muchas conversaciones uno se va enterando y sacando sus cuentas de que la obra y el mismo Verástegui siempre está en constante contradicción. Recordemos cuando el poeta se reclamaba maoísta (en plena convulsión interna), luego estructuralista, seguidor de Wittgetstein, seguidor de Pound, etc., etc.

Ahora que acabo de leer Teoría de los Cambios, su último libro, encuentro que las contradicciones se acentúan, que las búsquedas se convierten en hallazgos, pero nunca dejan de ser impulsos, curiosidad intelectiva, puentes hacia algo que quizás sea inhallable, pues el conocimiento --como río heraclitiano-- es inacabable.

En atrevimiento hacia una persona que estimo, no voy a escribir una reseña conformista con el texto, un laudatorio que no aporte a la crítica y que al final se arrume en todos esos textos que caminan sobre lo trajinado. Dicho esto paso a esta breve reflexión.

Explaye

Mao Zedong decía que la contradicción, principio hegeliano, era la ley principal de la dialéctica materialista y la herramienta de todo revolucionario. Verástegui, en varias entrevistas que se pueden rastrear desde mediados de los ochentas e inicios de los noventas, ha dicho que él es dialéctico y, por lo tanto, contradictorio. Teniendo esta premisa (segura distorsión para algunos o facilismo para otros) vamos a revisar uno de los últimos textos de este autor, baluarte de la generación poética del setenta y líder hipostático de “Hora Zero” (el otro era el desaparecido Juan Ramírez Ruíz; Pimentel siempre ha sido más terrestre, su poema “Balada para un Caballo” sigue a pesar de su “Tromba”, con algunos matices, en tropel hasta la actualidad). Teoría de los Cambios, 2009, así se intitula el libro editado en mancuerna proteica entre "Sol Negro" y "Cascahuesos Editores".

Así, el poeta puede escribir este reclamo poético: quisiera florecer sin recibir nada/por mis poemas, publicar grandiosas novelas/ sin que me paguen derechos de autor,/ escribir ensayos fundamentales/ sin hacerme famoso.// Déjenme así extraño y solitario./Oh por favor déjenme florecer.

E inmediatamente, y en plena reverberación pide ayuda al presidente de la República tal y como dice la llamada del diario “Expreso” del 21/08/09.

Al parecer, para Verástegui la poesía es, muy a pesar suyo, algo así como el no lugar del pensamiento, una península que se adentra en un mar de contradicciones (¡dialéctica?) y donde lo único valorativo va a ser la expresión misma, sin necesidad que esta exprese alguna verdad o se remita a un hecho verosímil (aunque parezca). Total, la palabra es bella (no importa lo que exprese) y la metáfora (y toda la tropología) existen al margen de una correspondencia con la razón y la lógica. Sin embargo, es posible lanzar una pregunta al futuro sabiendo que la respuesta es sólo un deseo respaldado por lo que entendemos nuestra obra: ¿Cuántos siglos deberán pasar todavía/ Antes de que la muerte sea finalmente vencida,/ Y mis obras glorificadas?

Y donde quizás hasta lo biológico no tiene sentido sino expresan un deseo estético, un deseo del yo creator donde la lógica intelectiva tendría que imponerse a la naturaleza: ¿Para qué envejecer/ Si no se ha escrito el gran libro de la juventud?. Y por supuesto la autocita, necesaria para confirmar que el poeta no ha dejado de confiar en sí mismo: ¿Por qué no consultar ALBUS para salir de la desdicha?

Pero el poeta no establece las leyes del orden racional, al menos no las que dependen de su estro, uno tiene que descubrirlas o interpretarlas detrás de todo ese exorcismo de sentimientos y emociones que un escritor de la estirpe de Enrique Verástegui puede tener: “Así, si distingues Verdad de Falsedad/ serás una Princesa consorte (o “con suerte”, apunte nuestro), comerás uvas frescas/ y acertarás cuando leas poesía”. La poemancia como fin supremo de la virtud sirve también para alumbrarnos, como Diógenes, el camino.

Del mismo modo, Verástegui puede retorcer criterios de la homeostasis o de la enfermedad y oponerle un sentido sicalíptico y/o de servicio (salvo que se interprete al trajín físico y a la libido como elementos antimelanomas): “El cáncer tiene varias causas,/ la misión cumplida,/ y la impotencia. //Así nos mantendremos jóvenes, sin falsos elíxires,/ logrando la eterna longevidad/.Que fluyan tus arterias sin grumos, y serás ágil.// Danza, mujer, danza como diosa de Oriente.

Todavía recordamos ese enfrentamiento en el que el amigo Modesto Montoya le recomendó una clases de matemática para poetas (Verástegui contestó en Perú21, Lima 28/03/07, lo siguiente: “Escribo para el carretillero y para el físico nuclear inteligente que sea capaz de inventar una bomba de protones, pero no escribo para Montoya, pues. Que haga esta bomba y lo respetaré”; sin embargo, el asunto de la bomba de protones o las reacciones químicas que dan origen a la bomba de protones ocurre dentro de todo organismo biológicamente constituido, y un físico no pierde su condición ni su prestigio por tener que hacer una bomba); o esa petición extrasístole en la que Verástegui desbarraba en que Argentina y Perú invadieran Chile y lo desaparecieran del mapa ¿?. Verástegui insiste en su versión literaria de las matemáticas y en la simulación de un mito que, aunque él parezca dudar, es aceptado por sus seguidores: “Chin Chui-Shao, matemático chino del siglo XII, rescribió un libro titulado las nueve secciones matemáticas en el que aparecen, aparte de algunos análisis escritos en tinta roja y negra, el símbolo del número cero –vacuidad y plenitud- que, desde entonces, revolucionaría todas las matemáticas hasta la actualidad. Sin embargo, no sólo escribió y revolucionó las matemáticas, sino también –y adelantándose a los tiempos de Ilya Prigogine-, revolucionó la poesía en su libro titulado ‘Teoría de los Cambios’, que el poeta y filósofo Enrique Verástegui ha traducido para bienestar de la humanidad. El manuscrito, hay que decirlo, fue encontrado en una biblioteca de New York”.

A pesar de ello, ciñéndonos a la verdad: los mayas descubren y emplean el cero en sus cálculos astronómicos. Utilizan un pequeño óvalo con un arco inscrito para representarlo, de esto más o menos cuando recién se iniciaba la era cristiana, mucho antes de Chin Chui-Shao y muchísimo más antes de que los árabes lo introdujeran en Europa.

Quiero apuntar que Enrique Verástegui (Jarry para los amigos) es quizás uno de los poetas peruanos vivos de mayor importancia en el siglo XX, no interesan que sus postulados sean desvariantes (acaso Ezra Pound no se declaraba fascista, Artaud no reventaba de peyote en el “país de los Tarahumaras” gritando incoherencias. Quizás sea la locura del loco del rey Lear que está cuerdo) o que su versos tenga la forma del pensamiento oriental, capcioso y con pretendida sapiencia filosófica a modo de moraleja (él agregó el apellido chino AhTaoHo a su apellido vasco): Escribí ese poema en la otra vida/ y lo refrendo ahora. No es un Karma,/ es el apretón de manos entre el pasado y el futuro./ Tal vez no escribí ese poema ayer,/ sino en un mundo múltiple/ donde pasado, presente, y futuro se confunden:/ luz al final del túnel/ que traspasa la montaña hacia la luz.

Recordemos esa respuesta memorable en la referida entrevista de Perú 21:

¿No cree que su vida linda con la exageración y con la locura?

Yo me preguntaría: ¿cuánta locura hay en mí y cuánta hay en el mundo? Yo lucho por la razón en un mundo enloquecido. Mi lucidez está en la poesía porque he escrito Ética, un libro sagrado. Sin embargo, no sé cuánto de locura y cuánto de lucidez hay en mí. Bueno, la verdad es que creo que no hay locura en mí.

El poeta es siempre más que su poesía, más que su imaginación, e incluso más que su racionalismo y su lógica (en su internidad yace la palabra); cuando el terreno que se habita es mágico (“mundo múltiple”) no se puede esperar correspondencias o insinuaciones del expresionismo clásico, ni aplicar la lógica a la coloratura del lenguaje o el fotómetro al estallido de panoplias del pensamiento. Todo se ha abolido para el paso de la genialidad, incluido la razón: “Se me ha prohibido hacer filosofía,/Se me ha prohibido pensar,/ Cuando de lo que se trata es de organizar el caos”.