jueves, 24 de julio de 2008

AIRADO VERBO DE JUAN JOSÉ SOTO POR LUIS FERNANDO CHUECA

¿Qué busca la palabra que se sabe herida? En un escenario de roturas y de ausencias, de pérdidas, memoria de vasto dolor que troza la propia imagen y amenaza incluso con disolver la noción misma de historia de lo humano, la voz del poeta se enfrenta a su sino y pugna por seguir: por desatar, a través del verbo que la vislumbre, la verdadera existencia: libertad y amor, a plenitud.

Pero la lucha es ardua pues son más las pérdidas innombrables, los epitafios en cada lágrima que acrecientan su dimensión y parecieran capturar toda voluntad de persistencia. La vida (la de uno, la de todos) se ofrece limitada y esmerada en entregar cada vez menos. Y no es posible hallar, entonces, ni aquella palabra / que bastaba para salvarnos.

Tiempos turbios, de sequedades, de hastíos, de muñones de sueños. Tiempos que se dibujan como un multitudinario espejo de sombras que solo ofrece su negrura abisal, su vacío rostro y el eco de parapléjicos cráneos como casi único y reiterado sonido.

Por eso Juan José Soto nos entrega su airado verbo. Airado: erguido como un impetuoso latido del amanecer. Dispuesto, entonces, a alcanzar aquella palabra que –en las grietas, al borde mismo de los abismos, desde la consistencia fracturada de su propio lenguaje, desde la desgarradura misma que lo asfixia– se rebele y revele así la plenitud posible. Que recupere lo digno frente a lo indignidad de la febril orilla de osamentas como único paisaje.

Por ello busca el poeta que sea encendido rayo cada verso / en el naufragio de la noche. Enfrenta, así, la imposibilidad fundamental de la palabra, aquella que ha marcado tanto la conciencia desolada de nuestra poesía contemporánea. Afronta de este modo la sensación de desgarradura insalvable y definitiva para tornarla ardiente voz de hoguera.

Y en el curso esa tenaz pretensión, el amor representado. En el último poema del conjunto la mujer convocada se hace cifra y anuncio a partir de la mención explícita de su nombre: Nora /…/ agitas la quietud de los recodos / y la sangre imperturbable del guerrero. Así, las voces del poeta protagonista de estas páginas y su amada quedan entrelazadas como queriendo perpetuarse; y con ellas, como ola ardiente / en la garganta del desierto / bramando sin fin, la puerta que este airado verbo deja abierta: nuestra posibilidad para acercarnos a la visión que este libro nos ofrece. Una invocación de eternidad / El estruendo de una palabra / En la heredad de un segundo.

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