lunes, 6 de abril de 2009

Airado Verbo (Sol negro editores) de Juan José Soto “El ambiguo espejo de la palabra” por Óscar Pirot*

Presentación de Airado verbo en Madrid
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Asombrarse es barnizar el mundo con mirada virginal, encarcelarse en el delicado parpadeo de las cosas, desentrañar el habitáculo evanescente de las palabras. En ese trayecto que implica la decantación del mundo y del lenguaje, se va edificando la arquitectura vivificadora de la poesía, la redención inminente de nuestros primeros balbuceos, el grito insoslayable del hombre frente a la creación. “Hay que pensar – nos dice María Zambrano - que el primer lenguaje tuvo que ser delirio. Milagro verificado en el hombre, anunciación, en el hombre, de la palabra.” Por eso, continúa la autora, el poeta quiere delirar, porque en el delirio la palabra brota en toda su pureza originaria.

Muy al contrario de lo que se piensa, frente a la ambición devastadora del progreso y al insaciable culto por lo efímero de nuestras sociedades modernas, el hombre contemporáneo nunca ha dejado de ser primitivo. Y no lo ha dejado de ser porque ha sabido tender un puente colgante, donde lo sagrado queda indemne del sangriento curso de la Historia, un puente donde, delirio y asombro, se nos develan como la imagen inalterable de nuestra propia naturaleza.

En ese sentido, Airado verbo de Juan José Soto, encarna una decisiva y deslumbrante conciencia del poeta inmerso en un paisaje mutilado por la desolación y la injuria; pero a su vez, hilvana una exquisita sublimación del ser en la llamarada incorpórea de la palabra y en la concreción erótica de la mujer como único refugio frente al caos. Este trayecto, de la desolación a la sublimación, se da a través de los tres apartados que conforman el libro: Multitudinario espejo de sombras, Airado verbo y Galope de Tormentas. De esta forma, Juan José Soto, reinventa una visión rigurosa y original de lo uno frente a lo múltiple, visión encausada ya desde el siglo XIX por los poetas románticos y que el autor asume impecablemente para ofrecernos una postura crítica y caudalosa de la misión vitalista de la poesía en la primera década de nuestro siglo.

Si para Stendhal, la novela debía ser un espejo que paseamos por el camino; en la poesía de Juan José Soto se da una operación curiosa y contraria; es el poeta sin cabeza, héroe decapitado, quien se pasea por el espejo. Así, en Multitudinario espejo de sombras, asistimos a la imagen fragmentada y desalentadora de un universo vuelto esquirlas inquietantes. La primera imagen que inaugura el libro está cargada de una sutil espesura y nos sitúa sin vacilaciones en el encuentro inicial con el dolor y la incertidumbre. El poeta nos dice: “Las pesadas sombras se abren/ La cerrada noche se abre/ El fiero exilio se abre/ Tu voz de sangre/ La mueca de hastío/ Y ruedan sin cabeza / Las vanas horas amándote.”

Desde el comienzo del libro, una imperturbable consistencia onírica va haciendo desfilar imágenes de un páramo espectral y desolado, en la que el tiempo parece estar abolido, expectante; por eso, la plasticidad de Airado Verbo hace pensar en ciertos cuadros de Paul Delvaux, concretamente en aquellos en los que la escenografía está cargada de ambientes oníricos y desdibujados, y con una fuerte predilección por los desnudos femeninos. Aunque en Airado Verbo, la figura femenina sea una intuición constante que no irrumpirá sino hasta el final del libro.

La progresión que sigue Multitudinario espejo de sombras nos va descifrando un itinerario espacial que nos remite a una ciudad consumida por el abandono y el escalofriante despoblamiento del mundo y del ser por una devastación sin precedentes. Todo es, tomando un verso del libro, un Bosque humano de ausencias, y esta degradación no sólo se apodera de lo humano sino que trasciende al terreno de lo divino. Los siguientes versos nos lo hacen visible: Desencadenada gruta de adioses/ De parapléjicos cráneos/ De océano duro/ Despedazados dioses/ De vísceras de abismo.

Ante esta confrontación entre la vulnerabilidad del hombre frente a los parajes hostiles, el yo poético asume su condición infrahumana y nos revela: He dejado de tener Historia/ Vano inquilino de sueños/ De pesadillas recurrentes/ De nombres cifrados/ De muertes súbitas.

El sentimiento de pérdida del mundo implica también la pérdida de sí mismo. La imagen espacial que se logra en este primer apartado nos sume en un inquietante mimetismo con lo infernal, aunque no palpite ningún indicio que nos sitúe directamente en el escenario de lumbres. Y aquí se nos presenta un hallazgo fundamental, frente a la verticalidad de los infiernos, visible en los habituales descensos que hilvanan Dante, Eneas, Pólux u Orfeo, En Multitudinario espejo de sombras no hay descenso infernal sino horizontalidad urbana. El espacio, aunque inmerso en atmósferas oníricas, no deja de ser un espacio terrenal y mundano. De ahí que la poesía de Juan Soto se nos devele como una innovadora exploración de las cavidades terrenales del alma, de los escombros infértiles del ser. Aquí no nos encontramos con personas reconocibles o afecciones del pasado, todo el caos se centra en un anonimato que agudiza la contemplación de un desvanecimiento demográfico, de una sequía de la carne. Y justo, cuando nos hemos embriagado en esta atmósfera de ruinas leprosas, irrumpe, en una noche encendida de caos, la identificación del poeta con el Ángel Caído que, como nos revela el poema número V: Habita los desalmados espejos/ De asesinos en serie.

La ciudad es tomada como un cuerpo en sí mismo, como una sustancia orgánica inyectada de atributos sensoriales en descomposición, detalle que hace pensar en la agudeza sensorial y onírica que nos asfixia sin clemencia en Los cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont. En Multitudinario espejo de sombras, como lo devela uno de sus poemas, hay un Rotundo olor a nervio/ a carne, una Disección fresca del exilio.

En ese mundo de sombras en el que las identidades humanas han perdido toda reminiscencia con su concreción carnal, la única figura que se salva de las fauces del abismo es la del poeta, la única que puede devolverle la fertilidad a las cenizas, el visionario que puede indagar en el cuerpo bofo de las tinieblas pese a su decapitación, así nos lo demuestran los últimos versos de este primer apartado: Espejo de piedra/ Donde asoma largamente/ El poeta sin cabeza/ Piel de ceniza airada/ contumaz/ Ave fénix del verbo.

El contraste lumínico que logra Juan José Soto entre la transición del primer y al segundo apartado, es de una eficacia contundente. Si en Multitudinario espejo de sombras, la imagen inicial era la de la pesadumbre nocturna, en Airado Verbo tenemos la imagen etérea y luminosa de la poesía como una anunciación frente a la decrepitud: Poesía es una antorcha/ enciende palabras/ Ojos inmóviles/ La ansiosa mirada de la muerte.

Si la aparición redentora de la poesía contamina de forma incendiaria la estética grumosa del paisaje, también contamina sigilosamente el discurso poético. Juan José Soto imprime en el primer poema de Airado Verbo el ritmo cadencioso y cautivador de la letanía. Este hallazgo no es ni por menos aleatorio, sino labrado desde una lucidez rigurosa. De esta forma, el discurso poético se vale del discurso religioso para engarzar una lluvia de imágenes que son la antítesis visual y rítmica del universo fragmentado en el que nos habíamos sumergido anteriormente. La letanía que se desgrana a partir de la imagen propia de la poesía, Encendido rayo cada verso, como nos dice el propio poeta, nos sume en su ritmo impetuoso y redentor:

Ileso amante
del fiero abrazo de las peñas
Obstinado mar en la orilla
Ardiente voz de hoguera
Airado verbo
Turbada sangre
Sótano de caos
De hondura a tientas.

De esta forma, mediante la incursión del discurso religioso en la piel del discurso poético, y de la presencia de la redención en un mundo fracturado, nos viene a la mente la inquebrantable universalidad que embriagó a Novalis y que dejó cristalizada en su gran frase: “La poesía es la religión original de la humanidad”.

De la infertilidad de la materia pasamos a la fertilidad de la palabra, de las imágenes corpóreas de la ciudad devastada, a las visiones deslumbrantes de la poesía redentora. Esta segunda sección, que toma el título propio del libro, Airado Verbo, no es sino la conjuración inminente de la poesía frente al hombre, el sendero evanescente que va trazando las luciérnagas que nos lleven a la sublimación espiritual y carnal. La fragmentación poco a poco va recobrando su unidad, se va integrando gradualmente en el lienzo del libro como un fiero esfumato.

El poeta va recuperando la conciencia y se va situando en una óptica de contradicción y desgarro: Este siglo entero de sangre/ De tardío alumbramiento / Metástasis de sombra/ En la habitación de la palabra/ En sus crispados rincones/ De silencio/ De voces airadas/ De profecía en los desolados muros.

El extravío y la desorientación que se funden en el yo poético al contemplar simultáneamente el dolor, la soledad y el desamparo al que se ve sometido por la Historia, logran un clima de anhelo y desesperación. En medio de tanto despedazamiento hay una constante búsqueda por la trascendencia, por la disolvencia del ser en otro cuerpo. La imagen del poeta como un hombre decapitado sigue estando presente en los versos de Airado Verbo, hay una especie de desquicio y esperpento que bien pueden remitirnos a ciertos cuadros de Goya: sangre colgada y tibias rotas en las manos, desquiciados sanatorios, crecida tiniebla en el rostro, cuencas de agónicos videntes, muerte rozagante a gritos, son algunas de las imágenes que relampaguean en el libro y que pueden emparentarse con algunos detalles pictóricos del pintor español.

Para apaciguar la muerte y el dolor, el poeta intuye una cierta sed de fusión. En el camino a la sublimación, hace falta la concreción de la poesía en el cuerpo femenino, es decir, unir el desdoblamiento de la fertilidad para acallar el sufrimiento de un hombre envenenado en cuerpo y alma por las vicisitudes del devenir: No hay lugar para abrazos entonces/ Sólo el tiempo a dentelladas en un beso/ ese obsceno ardor al pie del abismo/ Vestigio de luz y grito/ entre los restos calcinados de la sombra.

Así, en el tercer y último apartado del libro, Galope de tormentas, irrumpe con grave profusión y delicado erotismo el cuerpo femenino como habitáculo del ser y de la palabra, del refugio y la redención, de lo sagrado y lo trascendente. Frente a la agonía incesante del poeta, frente a su alma infestada de cicatrices provocadas por la crueldad, el acto de nombrar a la mujer, le restituye el vigor esencial de su existencia: "Nora/ Impetuoso latido del amanecer/ Que seduce la integridad de la noche/ Coges la raíz invicta del viento y sus formas/ Entre manos de malvas de luceros.” En otros versos, el poeta ve en el cuerpo femenino el brote virginal capaz de desenhebrar cualquier tentativa de dolor: “Y un galope de tormentas en tu vientre/ Mar de rayos y centellas desafiando el abismo/ Al filo del terco horizonte/ Al borde de todos los cielos.”

Hacia el final del libro, la fertilidad, asociada a la metáfora vegetal, devela al poeta la eternidad destinada a redimir su cuerpo en una ola incesante: “Avezada flor silvestre/ Irrefrenable efervescencia del instinto/ Colmas abismos / De deseo y hondura / De esta humanidad pavorosa/ De grito en llamas/ Ardiendo en mí”. En esta fervorosa invocación de la mujer, Airado Verbo logra confabular el preciado ungüento con el que lavar las heridas devastadoras producidas por la asfixia y el sopor de un mundo consumido por un lamentable desprecio hacia la vida.

Y así, con los 3 apartados de Airado Verbo se cristaliza el trayecto de la desolación a la sublimación, de la fractura a la unidad, de la soledad al encuentro, del silencio a la palabra. En un diálogo crítico con nuestra tradición, Airado Verbo enraiza con singular visceralidad los tres grandes temas del surrealismo: el amor, la libertad y la poesía. Y lo hace desde una postura en la que la conciencia onírica es guiada por la lucidez, para devolvernos la imagen ambigua del hombre, perdido en los páramos de la sinrazón y el abandono.

Airado Verbo es un desafío a las convenciones humanas totalmente empobrecidas por el conformismo espiritual y metafísico de ciertas úlceras sociales, plagadas de muñones de sueños y extensas legiones de dolor. Es una valiente postura poética frente al despiadado belicismo de la humanidad, una pesadilla que deambula entre el sueño y la vigilia. Airado verbo, ventilación de la palabra para repoblar los abismos que consumen nuestra existencia. Airado verbo, es todo este bendito silencio/ una invocación de eternidad.

* Óscar Pirot (Ciudad de México, 1979). Realizó estudios en Comunicación en la Universidad del Valle de México y en la Universidad Europea de Madrid. Ha sido alumno en los talleres de los poetas Antonio Deltoro y Ricardo Yáñez. Ha publicado el libro de poesía Memoria del agua (Editorial Amarillo, 2005). Es fundador y director de la revista de literatura Afelio, de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, donde actualmente estudia la licenciatura en Filología Francesa. Reside en España desde 2002.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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